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‘Sex-mirrors’ forma parte de la obra realizada por Carmen Arrabal en 2006, sobre el tema del sexo y las pulsiones. Después de la video-instalación ‘Yo es mil’, en la que ella misma encarna diferentes arquetipos de fantasmas masculinos explotados en la industria del sexo, la artista realiza esta serie de montajes fotográficos a partir de capturas de los videos de la instalación. Ya en sus videos precedentes, Carmen Arrabal había abordado el sujeto de los estereotipos de la representación femenina y la relación de la mujer con su propio cuerpo. Con ‘Sex-mirrors’ propone, a través de un universo plástico seductor y estructurado, una lectura monstruosa y deformada del cuerpo femenino. En
su representación de los fantasmas, el cuerpo fragmentado
y multiplicado ofrece una metáfora barroca de la identidad
sexual contemporánea, en la que co-habitan atracción
y repulsión, belleza y monstruosidad.
MASCARAS,
ESPEJOS Y “MÁQUINAS DESEANTES” Carmen Arrabal es una artista a la que le gusta disfrazarse. Esta multiplicidad de disfraces, maquillajes y máscaras que utiliza desde que la conozco resulta todavía hoy extremadamente inquietante pues niega la idea de una "identidad verdadera" y, por lo mismo, de una “falsa”. En efecto, todos los que se han ocupado del estudio de la máscara y el disfraz, tanto desde presupuestos psicológicos como antropológicos señalan como aspecto más característico de los mismos su naturaleza paradójica. Toda máscara oculta una identidad pero al mismo tiempo muestra otra, es por tanto un instrumento de mediación entre la identidad representada y la del portador, y es a través de esta mediación como se produce la gran paradoja: el enmascarado logra “mostrarse” ocultándose detrás de la máscara… “Je est un autre” dijo Arthur Rimbaud, y esta frase se ha convertido en un emblema de la creación para muchos artistas que como Carmen Arrabal “trabajan con su cuerpo”. Yo soy yo, pero también soy otro; el autorretrato como transformación pero también como representación de múltiples roles… Las máscaras de Carmen Arrabal no son por tanto la simple tergiversación de una personalidad verdadera, sino más bien aquello con lo cual “negocia” su identidad dentro del contexto social en el que vive. En esta negociación se produce la verdadera transformación pues la enmascarada puede llegar a “vivir” su personaje como si fuera una identidad subjetiva.Ese “salirse de uno mismo” implica el contacto (y su resulta dialéctica) entre verdad y mentira. La realidad se teatraliza, el mundo se convierte en un escenario, un “juego de máscaras” con todo el potencial “utópico” para enfrentarse a la realidad que ello implica… En la serie de fotografías y vídeos que Carmen Arrabal presenta en esta exposición bajo el título “Sex Mirrors” estas posibilidades utópicas se potencian doblemente pues haciendo uso de la parodia erótica y la hipertrofia sexual no sólo consigue hacernos dudar sobre su identidad sino cuestionar el privilegio de unas formas de sexualidad sobre otras. Esta estrategia conecta abiertamente con las teorías de Judith Butler, que en su ensayo Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, cuestiona el determinismo biológico implícito en nuestro concepto cultural de sexo. Si, en términos generales, el género denota la influencia del entorno social en la identidad sexual, mientras el sexo refiere al factor biológico de la misma, Butler descarta la noción de que exista un componente biológico en la formación de la identidad, por lo que el sexo, al igual que el género, se vuelve una forma de comportarse, “una actuación”. He aquí un caso especialmente interesante de “transexualidad” entendida no como simple cambio de sexo sino como “la forma difusa en la que los sexos entremezclan sus signos, se proyectan, se eligen, superan el condicionamiento biológico y normativo (…)”, que en el trabajo de Carmen Arrabal se abren en un amplio abanico de posibilidades eróticas, regidas más por la seducción que por la reproducción. En “Sex Mirrors”, la sexualidad se fragmenta en infinitas posibilidades combinatorias que tienen tanto que ver con los estereotipos heredados sobre las fantasías sexuales masculinas como con las nuevas posibilidades que ofrece el mundo virtual. Sexo genético, simulacros eróticos, caracteres primarios, secundarios, apariencia corporal, identidad sexual psicológica, elección de objetos, gestualidad… teatralización erótica en suma que, tal y como apunta Butler: “no tiene por qué adecuarse a una homogeneidad predestinada” . En este proceso de “diversificación libidinal”: la seducción formal anexiona el sexo y el cuerpo según el mismo imperativo de “despersonalización del individuo» al que aluden a menudo Lipovetzky y Volkart en sus textos sobre la identidad y el placer de la autoconstrucción. Volkart habla precisamente del placer que se encuentra en Internet con la creación de identidades falsas: “El particular placer que se encuentra en esto, no se basa en la noción de que todo es completamente distinto ahí –a saber utópico e igualitario- como era ingenuamente asumido e idealmente propagado en un principio, sino mas bien se basa en su aspecto de semi-ficción.” Las protagonistas de “Sex Mirrors” son casi siempre mujeres que teatralizan –a veces de un modo sarcástico- los deseos masculinos y en ello también podemos encontrar una conexión con la noción de mascarada de la sicóloga británica Joan Riviere que ya en los años 20 del siglo pasado definió la feminidad como mascarada(*1) . En 1929 Riviere pronunció una conferencia frente a la Escuela Psiconalítica de Londres, titulada Womanliness as Mascarade(*2) que supone de hecho la primera asociación entre género y performance entendida como mascarada. Podría resumirse en los siguientes términos: “la feminidad puede ser asumida y llevada como una máscara (…). La ansiedad que provoca la transgresión del espacio politico masculino genera en la mujer la necesidad “compulsiva” -dice Riviere- de “teatralizar hiperbólicamente la feminidad heterosexual”. En otro orden de cosas no se debe ignorar que este erotismo hipertrofiado que se nos presenta en “Sex Mirrors” está condicionado por una explotación neobarroca de las infinitas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para editar las imágenes. Carmen Arrabal es consciente de que en la era del simulacro, las nuevas tecnologías de representación son un arma extraordinaria para poner en evidencia las incoherencias de términos supuestamente esencialistas como: género, deseo o sexo. Más aún, a las ya conocidas posibilidades de identidad sexual como heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad; podríamos aventurar otras taxonomías sexuales por conocer. En su libro El segundo yo y las computadoras, la psicóloga norteamericana Sherry Turkley llega a plantear que el ordenador se ha transformado en el nuevo espejo para el hombre. Del mismo modo que Freud se valió de los sueños para explicar la naturaleza humana y Lacan hablaba de las implicaciones del “estadio del espejo” ahora debemos tomar los ordenadores como objetos de esa necesidad proyectiva para comprenderse a uno mismo; este punto de vista convierte a “Sex Mirrors” en un título especialmente acertado. Al modelo estructural subyacente en teorías como el mismo psicoanálisis, autores como Turkley o Guattari oponen un modelo maquínico donde las fronteras entre lo natural y lo artificial quedan descartadas como criterios de verdad, gracias al criterio de una subjetivación de la tecnología y la implicación de los dispositivos tecnológicos en el funcionamiento de las personas. “La subjetividad ya no se fabrica sólo a través de los estadios psicogenéticos del psicoanálisis sino en las grandes máquinas sociales, mass mediatícas o lingüísticas que ya no pueden calificarse exactamente como humanas. Estas “identidades numéricas” minan ese estatus normativo que en el psicoanálisis establecía una relación causal entre “identificación” y “deseo” ( Uno se identifica con un sexo y desea al otro) y se convierten en expresión de una emergencia de diferentes proyectos corporales, que en otros marcos interpretativos serían imposibles, o al menos ininteligibles(*3) . Sobre este particular también me parecería oportuno aplicar en última instancia al trabajo de Carmen Arrabal algunas consideraciones de Giulia Colaizzi. The Cyborguesque: Subjectivity in the Electronic Age, 1995, un interesante análisis sobre las posibilidades políticas del cuerpo grotesco que postulaba Bajtin el siglo pasado, en relación a las monstruosidades de la hibridación tecnológica; que se ha convertido en un tema recurrente en todo el discurso cyberfeminista. En cierto sentido Arrabal presenta en Sex Mirrors una “sexualidad posthumana” en la que deseo ya no se adapta a una realidad que se conciba como histórica, en el sentido freudiano, sino como estructural e intangible. En Sex Mirrors por tanto ya no hay sujetos o identidades, sino "máquinas deseantes" en un sentido similar al que apuntan Deleuze y Guattari. Y de las "máquinas deseantes" a la "máquina de follar" que da título a uno de los relatos más divertidos del escritor norteamericano Charles Bukowski hay sólo un paso. Así pues cabe preguntarse como hace Juan Baudrillard. “¿Qué hacer después de la orgía?”; Carmen Arrabal parece contestar a esa pregunta delineando nuevos devenires orgiásticos, nuevas nupcias de lo orgánico con lo inorgánico; una nueva orgía para "después de la orgía", cargada de intensidades, una economía libidinal de cuerpos mutantes en una orgía transexual y post-histórica… fantasías sexuales más allá de la historia y de la biología.
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