"JE est mille" (“YO es mil")

En la era del post feminismo la expresión libre del deseo femenino continua a ser tabú, reprimido por el entorno y por las propias mujeres, entre otras razones, por miedo del riesgo físico en un mundo machista y la reprobación social de lo sexualmente correcto.
El deseo y el sexo están lejos de ser “instintos animales”, son una construcción social y mental. Nuestros fantasmas están profundamente liados a lo vivido, a lo prohibido, a lo impuesto culturalmente.

El origen de esta serie de videos es una vivencia real de deseo. Comencé a filmarme, experimentando a través de mi cuerpo las múltiples representaciones del deseo y los fantasmas sexuales.
He utilizado una cámara de fotos digital para conservar un carácter domestico no profesional que los integra en la esfera del espacio privado. El formato reducido de presentación de los videos acentúa la impresión de voyeurismo.

Los videos toman la forma de un video-clip, el tiempo de una canción. Todas las canciones tienen como tema el sexo o el deseo.
Podrían clasificarse como pornográficos puesto que, como en el cine X, el plano general da paso al “close-up” y viceversa reiterativamente. Sin formulaciones simbólicas, en una profanación obscena de la anatomía femenina. El cuerpo fragmentado nos ofrece la acción misma sin ninguna retórica. Y como en el cine porno, el argumento desaparece en una repetición fisiológica e hiperrealista de limitadas variaciones, en las que solo se renueva incansablemente el deseo y sus representaciones. La diferencia fundamental es que, al contrario que en el porno, no se trata de una ficción en la que las pulsiones son fingidas sino de una grabación video de pulsiones reales.

Observándome como un espectador, no puedo impedirme reflexionar sobre el lado político de la sexualidad, concretamente de la femenina.
Tengo la impresión de de no conocerme, no es habitual ver la imagen de su propio sexo, de sus propias pulsiones. Mi sexo habla por mí, sin complejos ni inhibiciones. Siento una carga subversiva en las imágenes y el lenguaje, diría masculino, que utilizo. Las mujeres, en general, se masturban menos que los hombres. La visión en primer plano de su propio sexo está a menudo impregnada de connotaciones negativas, seguramente marcadas por la prohibición de un placer individual y la proliferación de imágenes pornográficas a las que no quieren identificarse. Tienen una tendencia convencional a hablar más de amor, domesticando el lenguaje básico y excitante que sube directamente del sexo.

La sexualidad está subordinada al orden establecido, bien definida y codificada. La libido femenina se define a través de los fantasmas masculinos. Las mujeres siguen siendo esteriotipadas en dos rangos: un ser sin sexualidad (la virgen, la madre…) o un ser exuberante de sexualidad (la libidinosa, la puta, la amante…) La represión de los instintos sexuales favorece la sumisión al sistema social, que ha integrado el sexo reduciéndolo a industria económica y a materia de educación expresada en fríos términos medicales.

Cuando el sexo se expresa sin limites, el “Yo social” se diluye en un mundo pulsional que transgrede los roles tradicionales, confundiendo masculino y femenino, activo y pasivo, heterosexual y homosexual, espacio publico y privado, binomios que rigen la normalidad. La malla mental de los fantasmas se desintegra en sublime sensación: “Yo es mil”.